El Maupassant galante
Archivado en: Cuaderno de lecturas, "Un día de campo y otros cuentos galantes", de Guy de Maupassant
Lejos del impacto de piezas como La madre de los monstruos, aquélla protagonizada por la mujer que engendra deformidades para los circos, de la selección dedicada a los seres marginales; lejos también del dramatismo de los bastardos y las criadas seducidas que se presentan en esa misma antología, algunas de las piezas aquí reunidas son las que menos me han cautivado de cuanto he leído hasta la fecha de Guy de Maupassant. Por su puesto no entro a valorar su calidad literaria. No soy quién para juzgar al que, junto a Poe y Lovecraft, considero uno de los mayores cuentistas de la historia de la literatura universal.
Al igual que las narraciones de Drieu La Rochelle que he tenido oportunidad de leer, al igual que el Bel Ami del propio Maupassant, estas de aquí son un punto de referencia indiscutible de ese género narrativo que es el del adulterio. Más que cuentos, estos relatos son estampas del costumbrismo galante de su época.
El primero de ellos, Un día de campo, ha venido a demostrarme que la película de Jean Renoir basada en él no es una cinta inacaba como parece ser. Al menos, el relato no refiere más que lo contado por el realizador en su mediometraje:
La hija de unos comerciantes de París, durante un domingo pasado en un merendero del Sena, se pierde con un barquero. Lo que parece ser un magreo rápido resulta ser todo un amor.
Tiempo después, cuando el barquero, de visita en París, se acerca a la tienda a preguntar por la muchacha, su madre le dice que se casó con el dependiente del negocio familiar, un bobalicón que le acompañaba en aquel día de campo.
Vuelve a pasar el tiempo y los dos jóvenes vuelven a encontrarse entre los mismos arbustos que conocieron sus besos furtivos. Los amantes ocasionales se miran añorando un amor que no pudo ser. El marido de la muchacha duerme la siesta muy cerca de allí.
No hay duda, Un día de campo, junto con Mosca, recuerdos de un remero, es uno de los textos aquí reunidos que transmiten la emoción de las piezas dedicadas a los seres marginales. Un día en el campo es una lectura tan deliciosa como hermoso el mediometraje que inspiro a Renoir (Une partie de campagne, 1936).
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Cuenta mi admirada Esther Benítez, una vez más la antóloga del maestro, que Maupassant fue remero en su juventud. De ahí que el Sena y sus traineras desempeñen un papel tan importante en esta selección. Al Sena precisamente se tira el Paul de La mujer de Paul tras descubrir que su amada también lo es de una tal Pauline. Es ésta una suerte de capitana de un grupo de lesbianas que frecuenta un merendero próximo al río.
Actualmente, que el lesbianismo está tan aceptado, la narración no tiene mayor interés que el de imaginar el revuelo que supuso en 1881, año de su publicación.
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El Truco de la pieza homónima es el que una supuesta burguesa pone en marcha para mantener a su lado a un ministro. A tal fin le dice que está embarazada de él, que ha dado a luz al niño, que el pequeño va creciendo bien... Pero nunca se lo deja ver. Cuando el dignatario quiere desprenderse de su amante y descubre que lo del pequeño es una falsedad, la burguesita confiesa que se lo ha inventado todo por crear una responsabilidad para con ella en su protector.
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Yveline Samoris es la historia de una muchacha que descubre escandalizada la conducta licenciosa de su madre, quien recibe a hombres en su casa. La joven exige a su progenitora que cambie de vida. De lo contrario, ella se suicidará. Como la mamá hace caso omiso a la advertencia, su hija se quita la vida.
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Las joyas es un texto mucho más sutil. Viene además a demostrarnos que Maupassant fue todo un azote de las buenas costumbres. Un hombre, Lantin, está casado con una mujer a la que adora. Todo en ella es virtud. Tanto es así que, pese a que su sueldo no da para lujos, la señora Lantin es capaz de guardar para ir a la ópera con asiduidad y comprarse constantemente bisutería que su marido llama "la pacotilla".
Al salir de una de sus representaciones operísticas, la esposa ejemplar coge frío y muere. En 1883, año en que el relato apareció publicado en la célebre revista Gil Blas, la gente aún se moría de cosas así. Tras el deceso de su santa, Lantin no sólo cae en una profunda depresión, sino que también, a falta de su compañera para llevar la economía familiar, comienza a pasar privaciones. Tanto es así que, habiendo llegado al hambre, decide vender "la pacotilla".
Cuál no será su sorpresa cuando el joyero, al ir a tasar las primeras piezas, le dice que son unas alhajas valiosísimas. La mal disimulada guasa que inspira a los empleados del orfebre termina de confirmar a Lantin que su mujer tenía una amante.
Convertido en un hombre rico gracias a las joyas que el querido regaló a su mujer, seis meses después nuestro protagonista vuelve a casarse con una mujer honesta, pero de carácter difícil, que "le hizo sufrir mucho".
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Junto al lecho nos presenta la experiencia de un matrimonio de aristócratas. Tras una infidelidad de él han llegado a un acuerdo en que son amigos más que pareja. En vista de lo cual, aunque viven juntos, cada uno puede tener los amantes que le vengan en gana.
Ante este panorama, el marido vuelve a enamorarse de su mujer. Ella, para entregar a él, le exige que previamente le pague lo que le hubiera costado una querida durante un mes.
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Condecorado narra la historia de un marido que está tan obsesionado con poseer una medalla como falto de méritos para ello. Dándose la circunstancia de que su mujer conoce a un político que puede obrar a favor de la anhelada distinción, nuestro hombre la insta a convencerle.
Metido en la empresa de recorrer varias bibliotecas en busca de documentación, para un trabajo que habrá de procurarle los méritos académicos suficientes para la condecoración, decide volver a su casa repentinamente. Su mujer está en la cama, convenciendo al político en cuestión. De ello da prueba la levita que la infiel no tiene tiempo de esconder. Pero como la prenda delatora luce una condecoración y es tanta la obsesión de nuestro hombre por la medalla, cuando ella le dice que esa levita la ha encargado para él, porque ya le han concedido la anhelada distinción, el infeliz se lo cree.
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Aparecido en el número de Gil Blas del 4 de diciembre de 1883, Un sabio nos cuenta, con las sutilezas de la época -todo se da a entender-, la experiencia de un hombre que, desfallecido hasta el punto de la enfermedad por los bríos de su esposa, le presenta a un amante que la satisface y deja que éste entre a formar parte de su cotidianeidad.
De los asuntos aquí tratados, éste es uno de los que peor han envejecido. Hoy día, ese consentimiento al que se alude, llama muy poco la atención.
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Hay algo en Rose que desconcierta. Tras un planteamiento interesante -una bella burguesa se dispone a referirle a su amiga lo divertido que resulta ser amada por un criado-, el ejemplo que la gentil señorita pone es el de cierta ocasión bastante inverosímil. Fue cuando la que creyó ser una de sus más fieles doncellas resultó ser un peligroso criminal, un travestido que se hacía pasar por mujer hasta que la policía fue a detenerle al domicilio de nuestra narradora.
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El barón de Etraille, el protagonista de Encuentro -una de las mejores piezas de la selección-, descubre a su mujer besándose con otro hombre. Como no quiere escándalos, se separa de ella alegando incompatibilidad de caracteres.
Tras unos años alejado de París para poner tierra de por medio entre él y su esposa, Etraille regresa a la capital. Se siente enfermo y el médico le recomienda que vaya a Niza a reponerse. En el tren se encuentra con una mujer que parece ser su esposa. En efecto, es ella. No puede resistirse, vuelve a rendirse a sus encantos. La baronesa, muy por el contrario, le desprecia. Tras confesarle que ha sido ella quien ha preparado el encuentro, le dice que lo ha hecho porque está embarazada. Así, cuando al llegar a Niza unos amigos comunes les vean bajarse juntos del tren creerán que han engendrado el niño en la noche pasada en el vagón. Tras despedirse en la estación, nunca más volvieron a verse.
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La desconocida es una mujer fascinante que concierta una cita con el protagonista del relato, tan maravillado con ella como con la naturalidad de su actitud. Tras presentarse la bella en el domicilio del narrador, éste comienza a desnudarla antes de haber intercambiado una veintena de palabras. "¡Qué soberbia y estremecedora es la aparición de la carne (...)!, escribe Maupassant en una de las frases más brillantes de toda la selección (tercer párrafo de la página 133).
Pero llegada la hora de la verdad, acaso turbado por una mancha negra que la mujer resulta tener en su espalda, nuestro hombre no es capaz de amarla. La mujer se marcha muy ofendida y nunca más vuelve a dirigirle la palabra. Nuestro protagonista ni siquiera llega a saber su nombre.
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El método de Roger puede entenderse como una variación de este mismo tema. Su protagonista y narrador es un hombre casado con una viuda a la que ama. Aun así, la noche de bodas, es incapaz de dar la talla.
Tras abandonar enfurecido el lecho conyugal ante las burlas de ella, decide visitar un prostíbulo. Una vez obtenido allí el placer, vuelve a su casa y, entonces sí, está en condiciones de satisfacer a su esposa.
Este relato, al igual que tantos en todas las selecciones de Maupassant, se nos refiere como el ejemplo a una conversación mantenida entre el narrador y un interlocutor ajeno a la pieza que, concluido ese pequeño diálogo de introducción, da comienzo en un nuevo párrafo separado por unos asteriscos.
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Un parisino que hace fortuna lejos de Francia es el protagonista de La horquilla. El motivo de su exilio no es otro que una mujer. La amó tanto que ella le llevó a la ruina, abandonándole cuando se le acabó el dinero. Aún así, nuestro hombre, que cuenta su historia a otro parisino que se hospeda ocasionalmente en su casa, ha emigrado para hacer una nueva fortuna que dilapidar con ella.
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Así como el miedo y la exclusión social, en líneas generales, siguen obedeciendo a los mismos motivos que lo hacían en los días en que se leía Gil Blas, las costumbres galantes han cambiado radicalmente. Esas infidelidades y esos juegos eróticos a los que se refiere el maestro son algo totalmente superado en nuestro siglo XXI. Ése es el motivo de que estas piezas, a excepción de obras maestras como Un día en el campo, en la que se refieren aspectos intemporales del amor, revistan un menor interés que las de las otras selecciones.
La confidencia es un ejemplo meridiano de todo esto. La confesión aludida es la que una "baronesita" hace a una "marquesita". Aquélla, agobiada por los celos infundados de su marido, decide finalmente engañarle en una única ocasión.
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No hay duda, La confidencia es uno de los relatos más simples de libro, al igual que Imprudencia, el texto que le sucede. Éste último nos presenta a un matrimonio que se quiere pero se aburre, sin saber aún por qué. Ésa es la mejor reflexión de la pieza.
Ante semejante panorama, ella le pide a él que la lleve a un cabaret y la trate como si fuera una querida. Puestos a ello, la esposa convence al marido para que le cuente cuántas amantes tuvo. Él le dice que cien, que prefería las furcias a las "aficionadas". A ella le resulta muy interesante todo esto.
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Salvada nos refiere la historia de otra marquesa que quiere separarse de su marido y contrata a una criada, especialista en provocar divorcios, para sorprender a su esposo con ella y tener así un argumento para pedir la separación.
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La profusión de aristócratas protagonizando las distintas piezas es otra de las cosas que se han quedado obsoletas. Tras la mitificación del marginado en la literatura del siglo XX y la criminalización del burgués en esas mismas páginas, si actualmente leyera una narración protagonizada por un noble, aunque estuviera ambientada en nuestros días, la imaginaría pretérita.
Sin embargo, esa aristocracia fue el gran mundo en el que se movió Maupassant y, a la vista del lugar que ocupan en la gran narrativa decimonónica -es decir, la francesa y la rusa-, los primeros destinatarios de aquellas ficciones.
Dentro de ese contexto, hay que enmarcar a la marquesita de Rennedon, protagonista de La seña. Tan distinguida dama, puesta a imitar a una vecina que es una prostituta, quien aguarda a los hombres en la ventana de su casa, se hace pasar por meretriz ella misma.
La aventura le resulta tan divertida que no duda en contársela a una amiga, dando así lugar al relato.
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En el bosque es una de estos textos que menos me han interesado. Sus protagonistas son dos comerciantes parisinos, ya ancianos, que deciden volver a sus lujurias de juventud entre los arbustos del pueblo en que se conocieron.
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Mucho más ingeniosa, La baronesa narra la historia de "una mujer de mundo que se ve atravesando una difícil situación económica". Tras pedirle 30.000 al narrador, un anticuario, éste se los niega. No obstante, se ofrece a enviarle un cristo de marfil a su casa. También le enviará a algunos de sus clientes para que intente venderles la pieza a base de milongas.
La baronesa comienza a ganar tanto dinero recibiendo que es ella misma quien acaba por comprar el cristo.
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Los alfileres no son otros que aquellos que delatan a un hombre que tiene dos amantes: una funcionaria parisina, "una vieja amiga, una costumbre", y una burguesita que conoce en una playa.
Así las cosas, una de ellas se deja olvidados unos alfileres en la habitación de nuestro tipo. Al ser descubiertos por la otra, delatan el doble juego de nuestro protagonista. En vista de lo cual, las dos mujeres deciden dejar a la vez al seductor y nace una sincera amistad entre ellas.
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La cita comienza con su protagonista, una adúltera que engaña a su marido cuando éste está en la bolsa. Pero ya está cansada de acudir, siempre lo mismo y de idéntica manera, a los requerimientos de su amante, cuyos encuentros, entre otras muchas incomodidades, incluso la obligan a vestirse sin doncella.
Decidida pues a partir con él, resuelve hacer esperar su querido y se pierde por un parque donde conoce a otro hombre. Lo que en principio se perfila como las atenciones de un caballero, que el nuevo conocido dispensa a nuestra burguesa, acaba resultando una nueva aventura, un nuevo amante...
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Mosca. Recuerdos de un remero es uno de los textos más emotivos aquí antologados. Lo es hasta tal punto que, muy probablemente -habida cuenta de esa afición a las barcas de Maupassant-, se trate de un relato autobiográfico. De hecho, a diferencia de esa práctica habitual en maestro de introducirnos en las piezas mediante un diálogo en el que el relato es una anécdota, un ejemplo que refiere el narrador, esta interesante narración se cuenta en primera persona.
Localizado en ese periodo de "juergas sanas y bulliciosas que llevé entre los veinte y los treinta años" -lo que indiscutiblemente supone uno de los grandes aciertos de la pieza y me hace evocar mi siempre añorada bohemia-, sus protagonistas son la tripulación de una trainera del Sena.
A falta de un timonel, el cargo es ocupado por Mosca, una alegre muchacha que, de uno en uno, no tarda en entregarse a todos. Incluso aquel compañero que parece estar más enamorado de Mosca acaba por rendirse a la camaradería que reina entre todos ellos.
Cuando la joven se queda embarazada, lejos de intentar averiguar quién es el padre, deciden hacerse cargo de lo que venga entre todos. Y todos se sienten muy desgraciados cuando Mosca pierde a la criatura al caerse accidentalmente de la barca. Esto no impide que, recuperando el sentido del humor en el paroxismo de su tristeza, se comprometan a hacerla otra entre todos.
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Los tumbales, la última pieza, es también una de los mejores. En esta ocasión se nos refiere la experiencia de un hombre que, paseando por el cementerio de Montmatre, conoce a una joven viuda que llora ante una tumba. El tipo se ofrece a reconfortarla. Naturalmente acaba seduciéndola.
Tras "correr en busca de otras ternuras" -acaso el gran hallazgo lingüístico del texto- nuestro hombre regresa al cementerio y vuelve a encontrarse a la mujer, fingiendo ser la viuda de otro muerto y dejándose seducir por otro vivo mediante el mismo procedimiento. Otra obra maestra.
Publicado el 14 de noviembre de 2011 a las 02:30.